Describir la orilla del río como la llegada al lugar último para descubrir que la corriente representa la existencia de lo que es, lo que ha sido o será el cauce de aquello que está por venir.
El agua cuya corriente discurre alegre, durante el principio es turbulenta, arrastra con pasión todo aquello que encuentra a su paso, es la misma que, resulta imparable, sin emitir más ruido que el persistente rumor que produce cuando provoca el giro en la rueda del molino o cuando llegando al final de su curso, arrastra hacia el mar el limo del conocimiento y la experiencia.
Es entonces cuando el hombre rechaza el camino del odio y acepta que los errores sufridos y cometidos deben ser disculpados porque lo acaecido no pudo suceder de otra manera. Y que la pasión por el placer del amor y la necesidad de dar y recibir son una etapa imprescindible para llegar al final del camino.
Que tanto respeto merece la amante esposa, como la piedra que espera paciente a que la destruyan la lluvia y el viento al borde del sendero y de ese modo llegar a ser polvo para formar parte de la vida y tal vez, alcanzar la muerte y renacer, una y otra vez en un ente consciente de ser, que anhela alcanzar el Nirvana del no ser superando el eterno ciclo.
Consideraba a Hermann Hesse como un escritor básicamente cristiano, quizás tras esta lectura le aúpen ustedes, con Huxley, Ortega o Jünger, entre los pensadores occidentales que describen cuál es el verdadero sentido de esta nuestra vida.
Al fin y al cabo, podría ser que nuestro cerebro sólo actúe obedeciendo ciegamente el dictado de las hormonas.