Alzarse por la mañana y darse el capricho de emprender un largo paseo por el campo, como cada día, pero hoy con algo más que ganas, el patio sembrado con un carro de páginas de otoño. Y en la bandeja de la nevera una solitaria pechuga de pollo fileteada, apenas media docena de escuetas lonchas. Una cebolla dispuesta a ser picada como el presupuesto de educación, una zanahoria con vocación de finas rebanadas, una patata mediana cortada en panadera y cubierta de agua con una pizca de sal, un pimiento para hacer picadillo. Pimentón de la Vera, Dulce como tú. Medio limón, sal, pimienta, medio vaso de vino blanco y una docena de almendras. Cubrimos el fondo de una tartera con aceite de oliva, del bueno, que para malo ya llega el cocinero a fuego medio, cuando esté caliente cerramos por ambas caras los filetes de pechuga salpimentados, sin permitir que se pongan dorados y los reservamos en una bandeja. En el mismo aceite añadimos la cebolla. el pimiento, la zanahoria, regados con sal y cuando empiece a llorar el sofrito, que se fastidie, para una vez que le toca, ponemos media cucharada de moca de pimentón. Removemos con cuchara de palo,añadimos la patata bien escurrida y removemos de nuevo hasta que tome color. Emborrachamos el condumio con el medio vaso de vino y las peladuras del medio limón, con cuidado de extraer sólo la parte amarilla que la blanca amarga. Cuando retoma la cocción agregamos las almendras y el zumo del medio limón y dejamos hervir a fuego lento hasta que se partan las patatas con facilidad. Unos tres cuartos de hora. Si es necesario podemos añadir una tercera parte del vaso con agua para que no se queden demasiado secas. Instalamos cómodamente los filetes de pechuga de pollo sobre el guiso, sin que las cubra el agua y añadimos diez minutos de cocción para que se acaben de mezclar los sabores.
Un libro para un día de otoño, el holocausto húngaro narrado desde el punto de vista de un hombre de once años. 600.000 judíos fueron puestos en manos de los nazis por sus propios compatriotas cristianos.
Volví de Budapest a mi pueblo natal con la nostalgia herida. Había cosas de las que no se podía hablar. Aquél año de ausencia se interponía como un muro de silencio entre mis amigos cristianos y yo. Porqué en aquel año, ellos siguieron siendo unos niños normales; yo, en cambio ya no lo era.
«¿Por qué quiero a mi patria?» Ése era el título de una redacción de marzo de 1945. ¿Tenía que escribir que la quería? No era tan fácil desde luego. Si no estaba equivocado, mi patria había querido matarme.
Después busqué la calma.
Si se escribieran recetas como esta tuya yo leería libros de cocina que mira que son aburridos. Es mas: lo mismo hasta cocinaba.
Un abrazo
Esto de los fogones, tiene interesantes partes, nutre y entretiene y otras más aburridas, cual es el insistente dolor de espalda, Se dice que comer y rascar, todo es empezar. Un abrazo.
JAJAJAJAJA!!! Cómo me he reído con tu diálogo culinario, es una pasada lo que logras hacer con una tristes pechugas.
Destaco: el patio sembrado con un carro de páginas de otoño, una imagen perfecta, Carlos. Guárdala.
También la música que estoy escuchando tras ejercer de sirena.
La dulzura del pimentón de la Vera.
Y ese libro es otro capítulo. Un patria, para mi, es casi imposible de estimar, una patria que mata… qué decir.
Abrazos grandes!!
La pobre cocina de pobres es un metodo tradicional para hacer, de lo escaso, lo suficiente. Debería tender a entrar en desuso para combatir el hambre. Eso sería lo deseable, Ya guardo en la caja de la memoria esa frase por si cuadra en agún poema. Las patrias no sé que me ocurre con ellas, creo que, desde hace una temporada, me están produciendo algún tipo de acentuado proceso alérgico. Un beso.