Se trasladan a lo largo de las grandes avenidas y recorren con acelerados pasos unos cuantos cientos de metros sin mirar alrededor, cual si la prisa fuera el principal objetivo de su existencia y el hecho diferencial de la vida urbana reciba impulso al traspasar velozmente las calles y plazas. Frías. ¿No les deja perplejo ese adjetivo? Un cruce de caminos fue el mejor lugar para asentar un mercado ocasional en torno al cual se fueron reuniendo distintos artesanos y comercios, que al sostener encendido el fuego proclamaban con su calidez la primera ocupación urbana. Así nací, como todas las aglomeraciones humanas, aunando los esfuerzos de un molinero, junto a un herrero y un guarnicionero, después llegó un carpintero de ribera al que le pareció un buen sitio para fabricar útiles con la madera del bosque cercano. Y a los pocos años, la primera venta para alojar a los escasos viajeros que se desplazaban en carreta a la que había que relevar con un tiro de caballos descansado. Los oficios son hijos de la necesidad y a lo mejor los padres del progreso.
Y pasan incontables siglos y esos cuatro caminos se multiplican por mil y no se sabe en cual vericueto de la historia el artesano y el industrial abandonaron el barrio en busca de terrenos ubicados de un cuadrilátero industrial. Y algún sesudo concejal, en pro de la salud, decidió firmar contra el lechero un decreto de expulsión, justificando la decisión por qué las vacas huelen mal y con sus idas y venidas dificultarían el tránsito vecinal. Han de ceder el lugar para que los autobuses municipales distribuyan eficazmente el humo que fluye desde el civilizado rumor de sus escapes. Pronto no se verán en las calles otros animales que canes bien adiestrados en depositar con generosidad sus mensajes cifrados ante los despistados zapatos de los viandantes. No se queje del patinazo, que dice la tradición comunal que pisar una es garantía de buena suerte y sí le bautiza desde el cielo un certero palomo en vuelo, puede estar seguro de ser un elegido de los dioses. Compre usted, en ese mismo instante, una participación del gordo de la lotería o si se siente inspirado para la ocasión, elija unos números afortunados y apueste por retornar a una suerte de vida mucho más primitiva.
Jajajaja!!! Cómo se nota que no te gustan las ciudades, pero yo que soy urbana te aseguro que en las ciudades hay lugares preciosos, zonas donde pasear e ir topando con edificios bellos, hay librerías y bibliotecas (muchas), cines, teatros… Ya sé que no te convenceré así que lo dejo.
El relato sigue por vericuetos impensados, me gusta.
La música tampoco está mal 😉
Un beso.
Sí lo malo que tienen las ciudades, es que han perdido su carácter y se han transformado en enormes y masificadas aglomeraciones urbanas por lo que han perdido, hasta cierto punto, su razón de ser. Pero entiendo que lo que para mi supone un agobio a ti te atraiga. Un beso.