Ayer hablaba de la obligación que tiene el gobierno de los hombres para mitigar el sufrimiento de sus gobernados. Hoy de la que tiene con los mismos para aumentar la felicidad, no está siendo así. Cada día más y más normas dictadas por las diferentes administraciones van acotando el espacio que hasta hace poco se consideraba infranqueable, se altera el contrato social que uno contrae cuando comienza a trabajar y a pagar impuestos y cotizaciones, el que se firma tras la obtención del carnet de conducir ¿Cuantos cientos, si es que no son miles, de ciudadanos están presos por incumplir alguna norma, aunque no se hallan producido victimas, cuantos tragan lo intragable por no perder el empleo, la casa, o la custodia de los hijos a causa de una posible denuncia de malos tratos? El ciudadano se sabe desamparado, si se ve forzado a acudir a la justicia, lenta y de no muy seguro dictamen, ante una previsible insolvencia fácilmente justificable, o sea que uno gana la querella pero no obtiene satisfacción alguna, aún peor se le pueden ir los ahorros en minutas de procuradores y abogados y al final estar peor que al principio. La inseguridad jurídica ya afecta de modo grave al comercio, los impagos de menor cuantía se acumulan unos sobre otros. Sí le dan un golpe por el coche y observa que el responsable ha bebido más de la cuenta la mejor astucia será no denunciar, por sí el seguro del infractor se ampara en ello, para eludir la responsabilidad contratada y tiene que acudir al consorcio de la cosa con lo que la reparación se puede alargar durante meses y que luego; si el coche ya tiene sus años; oferten un siniestro total y le den cuatro euros que no le alcancen más que para el bonobus y se quede de peatón hasta que ahorre para otro. Ahora la foto.
De miedo
25 agosto, 2010 por carlos
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